Ir de inspección por las estancias y los pasillos de un castillo del siglo XIII, es una cosa; pero imaginarnos a nosotros mismos como los protagonistas de un amor eterno y trágico, ¡uno tan tóxico como para llegar siniestramente a desearlo sin decírselo a nadie!, es toda una experiencia… para la que necesitas, eso sí, un castillo… y una leyenda. Así un castillo ya no son solo los restos de un pasado, sino la puerta de entrada a una sospecha amorosa en la que, quien más, quien menos, alguna vez… se ha fantaseado. ¿Te proponemos un sitio donde ensayarte en pleno amor tóxico… perdón, eterno, en medio de una historia de venganza? Apunta: el castillo de Pedraza, en Segovia.
Cuentan que aún, por entre las grietas y pasadizos del castillo, se oyen las voces de dos amantes, ya fantasmas, que se buscan entre sí. Otros juran que, en las noches de verano, aún se ven sus siluetas pasear por el castillo, ante un fondo de fuego. Sea de una manera o de otra, muchos son los que alimentan esta leyenda, los que tienen su particular relación con estos dos amantes, Elvira y Roberto, siquiera como fantasía, ¡la de amarse como ellos! Si te acercas al castillo de Pedraza, las bromas y las risas serán el escenario visible de una fantasía escondida, pero puede que, al fondo de ti, se te aparezca el deseo de ser, por una noche, un poco Elvira, o un poco Roberto.
Como pasa a menudo con las mejores leyendas, no hay una sola versión, pero todas apuntan a que el noble Sancho de Ridaura, señor del castillo, logró casarse con Elvira, una hermosa joven de la que estaba enamorado. El corazón de Elvira, sin embargo, pertenecía a Roberto, un labrador que, disgustado por el casamiento de aquella, decidió recluirse en un convento. Años más tarde, quiso el destino que Roberto sucediera al capellán del castillo, y que durante la ausencia del señor (convocado a defender Castilla por el rey Alfonso VIII), pudiera retomar su romance con Elvira, en un amor irremisible… y clandestino. A su regreso, el señor fue informado de la infidelidad de su esposa, y mató a Roberto colocándole una corona de púas incandescentes sobre la cabeza.
Para cuando el señor alcanzó a Elvira, esta no solo se había atravesado el corazón con una daga, ¡metáfora de amor eterno!, sino que también había prendido fuego al castillo, lo que dio origen a ese fondo incendiario ante el que algunos dicen hallar a los amantes en esas noches de verano. Del señor del castillo, y siempre siguiendo las versiones de la leyenda, no se sabe mucho: hay quien dice que desapareció para siempre; otros dicen atisbarlo vagando solo por las noches. Y vagar, en fantasía, es lo que os proponemos nosotros, encontrar en el castillo de Pedraza el escenario de estos amantes sin suerte, o con la mejor suerte del mundo, la de un amor antiguo en el que arder juntos, ¡según cuánto alcances a mimetizarte con los muros y pasillos de este castillo “encantado”!
Buscando y rebuscando sus orígenes, hay quien afirma que se erigió sobre unos restos de construcciones militares de origen árabe y romano, aunque no fue hasta el siglo XIII que estos vieron elevarse los muros de un castillo. A la familia de los Herrera corresponde una de sus primeras reconstrucciones, ya en el siglo XV, como la añadidura de la célebre Torre del Homenaje, y después a los Fernández de Velasco, Duques de Frías y Condestables de Castilla, una nueva intervención que conferiría al castillo gran parte del aspecto que presenta hoy en día. Rodeado por un precipicio y un foso, ingredientes idóneos para una leyenda que perdura en el tiempo, el complejo cumplió funciones defensivas, y con ellos sigue presentando hoy un aspecto de lo más medieval.
Si más que la leyenda y el amor eterno, eres de los que prefiere disfrutar de los tesoros artísticos del castillo, seguro que te fijarás más en su muro de cañoneras, o en su espléndida puerta de álamo negro y picos de hierro, por cierto, con el escudo del Señorío de Velasco, con la que el castillo saluda al visitante. Y ya dentro, seguro que llamarán tu atención las arquerías románicas de medio punto que encontrarás comunicando los distintos patios. Todo ello con el aroma histórico de las auténticas construcciones medievales, aunque… quizás sigas pensando en que por aquellos pasadizos jugaran a esconderse, claro, ¡Elvira y Roberto!, quién sabe.
A día de hoy, este “castillo encantado” ha añadido otra función: la de ser museo, un castillo-museo. Concretamente, el “Museo de Ignacio Zuloaga”, pintor que en 1926 adquirió el castillo de Pedraza y en el que instaló su taller. De hecho, en una de las torres, que primeramente acondicionó, y en donde después se instaló para pintar sus cuadros. Hoy, el castillo pertenece a sus herederos, quienes acondicionaron una segunda torre y la llenaron con el arte de Zuloaga, y de otras pinturas patrimonio de la familia, entre las que se cuentan varias obras de El Greco, ¡e incluso un Goya! De su valor pictórico, no será necesario que te digamos nada, EJEM…, aunque fingiremos añadir con desdén que la cosa bien vale como excusa para adentrarse por la torre e imaginarnos…, ¡quién lo diría!, en plena ecuación amorosa digna de leyenda.
No obstante, los atractivos de Pedraza no se limitan a su castillo, como descubrirás si montas tu centro de operaciones en la bonita villa de Pedraza: un pueblecito de menos de 500 habitantes en donde encontrarás el ambiente y los tesoros propios de una localidad de pasado medieval. Tras cruzar la Puerta de la Villa, disfrutarás de un conjunto medieval donde destaca la Plaza porticada, la iglesia de San Juan, o incluso una auténtica cárcel medieval.
Y si estás preguntándote cuál será el mejor momento para visitar Pedraza, lo mejor es que marques en tu calendario el primer y el segundo sábado del mes de julio, fechas en las que Pedraza celebra su célebre “noche de las velas”. Durante esa noche, las calles del pueblo se iluminan con el resplandor acogedor de miles de velas, un espectáculo estival que atrae a multitud de curiosos y románticos. Además, un concierto de música clásica, habitualmente celebrado en la Plaza Mayor o en el castillo de Pedraza, arroja el fondo musical para acompañar los bonitos paseos por las calles llenas de velas. ¡Es el momento grande de Pedraza!, otra ocasión para llamarse, cada uno a su manera, Elvira y Roberto.